Aqui las cinco partes a falta del final
Y los tres vídeos
¿Por qué Salazar¿ ¿Por qué yo?
Su historia. Mi historia
Esta es la historia que te quería contar:
Mi historia; la de Salazar.
¿Por qué yo?
¿Por qué Salazar?
¿Por qué “El abogado de las brujas”?
Esta es la pregunta que le enseñan a hacer a todo
historiador ¿Por qué? Causa y consecuencia.
Esto está también basado en hechos reales, en como dos
personas de siglos distintos se encuentran, se conocen casualidad (¿o no?) y a partir de ahí son
inseparables, no pueden vivir el uno sin el otro; se irán encontrando con el
paso de los años como ironía de lo casual y el destino.
Todo empieza en una fría y húmeda universidad, pequeña pero
atiborrada de estudiantes que van y vienen; cargados de libros, exámenes y un
sinfín de trabajos que había que entregar en fechas imposibles.
En ese amasijo de estudiantes aún sin titular había una
joven que estaba en su segundo curso de Historia. Ella también debía hacer
trabajos como si de una maratón se tratase. Así que de la larga lista escogió
uno que cumplía con los suficientes requisitos a su juicio:
·
Estaba libre.
·
Le llamaba la atención más que otros temas más
bien aburridetes y tediosos.
De modo que escogió a la ligera y a lo caprichoso. A la
ligera eligió cambiar el rumbo de su vida.
Lo siguiente que podemos ver es a una chica encerrada en su
habitación con un ordenador y un reguero de libros en el suelo y en la cama un
tanto extraños. Su madre se asomaba por la puerta y se preguntaba si su niña
estudiaba historia o esoterismo.
Brujas por allá, demonios por aquí.
La Inquisición a la izquierda de la hechicería y aplastada
por obsoletos manuales de aquelarres y torturas.
¿Estaba investigando para Historia Moderna o para el Cuarto
Milenio?
La aspirante a aprobar el curso a pesar de toda adversidad
logró finalizar su trabajo, exponerlo y sacar sus exámenes. Eso anunciaba la
llegada del glorioso verano para descansar y ponerse morena.
Sin embargo, algo la reconcomía, le causaba fiebre y dolor
de cabeza; no la dejaba relajarse o desconectar.
Extrañamente, ahí (enterrado bajo pilas de trabajos que ya
ni recordaba) un curioso caso le venía a su mente y no la dejaba soñar con otra
cosa.
Salazar Frías se le colaba en sus pensamientos.
Aquel extraño personaje, que había conocido en un viejo
libro amarillento y rancio, tenía vida propia. Lograba salir del tercer piso de
la biblioteca (y del siglo XVII) e ir a buscarla.
Así que volvió a la biblioteca en vez de irse a la playa.
Llegó por primera vez sin prisas ( sin tener que sacar diez libros de lecturita
para dos días) y fue derecha al estante, pues aún siendo alumna ya se sabía de
memoria la planta de Historia. Cogió el libro y leyó tranquilamente el extraño
caso del Abogado de las brujas.
Y sin ni si quisiera pensarlo,
lo decidió
Dio paso a un verano diferente y… atípico
La playa con un helado en la mano fue sustituido por un
ordenador y un abanico. Durante dos meses una joven de diecinueve años se
dedicó en cuerpo y alma a seguir investigando y escribiendo el extraño caso de
las brujas de Zugarramurdi.
¿Y cómo es que una chica no aprovechaba sus meses de
descanso y se enfrascaba en una carrera a contrarreloj?
No era una obsesión, es que no tenía opción.
Si deseaba escribir el relato debía hacerlo antes que
comenzara el curso y ya no tendría tiempo para escribir otra cosa que
comentarios históricos y exámenes. Aquella trepidante y asombrosa historia le
había calado en el alma.
Y lo peor
¡Ahora no salía!
Si señores, Salazar de Frías no salía de su cabeza; si no la
escribía, temía que la sombra del personaje se le quedara tan hondo que la
terminara ahogándola.
Debía dar a conocer quién fue el Abogado de las brujas, qué
pasó en Zugarramurdi y todos los pueblos vecinos del norte, qué decidieron los
inquisidores hacer para acabar con el caos brujeril…todo. Así ella se quedaría
en paz y habría cumplido con su parte, como si de un pacto se tratase entre una
estudiante del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Así escribía su historia en una novela basada en hechos
reales con unas pinceladas de fantasía y magia. Los personajes muertes en
archivos inquisitoriales cobraban aliento y voz en sus palabras.
Hasta que terminó. Tras dos meses intensos.
Respiró hondo, Salazar debía estar satisfecho: había acabado
a tiempo. Ahora podría estudiar tranquila su tercer curso, aunque echaría de menos
a aquel extraordinario personaje.
…o eso creía.
Pasaron unos meses…
Totalmente, tranquila, estudiando. Los días eran rutinas
agradables y apacibles: biblioteca por la mañana, clase por la tarde y a la
noche siempre era mejor adelantar algo de tarea después de la cena.
Tenía una novela flamante en la novela que aún olía a recién
hecha como los bizcochos aún calientes y crujientes en su corteza pero blandos
por dentro. Así estaba el libro en su ordenador.
¿Qué haría con él?
Si deseaba dar a conocer la increíble historia de Salazar
morirse en la solitaria computadora no era una opción. Obviamente había que
editarlo.
¡Qué fácil de decir y que complicado de hacer! Tendría que
buscar editoriales a ver si, por cual extraño milagro, alguna le interesaba una
escritora novel de tantísimos que debería de haber.
Su madre llevaba leyendo la novela desde que la terminó en
verano y se había pasado unos meses escudriñándola para criticarla, revisarla y
corregir aquello que se debiera para mejorar la comprensión y deleite de la
obra.
¡Y menos mal que lo hizo! ¡Cuántas cosas se cambiaron!
¡Ufffffff! Juventud esta que con las prisas se saltan mil detalles, menos mal
que las madres están siempre para salvar la situación…
En aquel otoño del tercer curso andaba ella atorrollada
haciéndose una lista de editoriales, preguntándose si alguna respondería.
Un amigo le saltó del chat pero en ese momento a ella no le
apetecía nada hablar ¡estaba ocupada! A ver quién le decía a un inquisidor del
siglo XVII que no estaba haciendo nada por estar de chateo. De modo que le dijo
claramente al amigo que andaba liada buscando editoriales.
Casualidades tramadas por el destino que el tal amigo tenía
otro amigo que trabajaba en una editorial. Era justo la puerta que necesitaba:
que fuera un trabajador desde dentro que la presentase y no otro manuscrito
llegado por correo de miles.
En resumidas cuentas, aquel hombre respondió a su correo y
solicitud, recogió su novela y la presentó a la editorial y…
Fue admitida, sería publicada, en papel.
La sombra de Salazar se marcharía satisfecha. O eso volvió a
pensar ella.
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Saldría al año siguiente.
Entre papeleos y preparativos había llegado el cuarto curso
sin darse ni siquiera cuenta y allá por un mes de noviembre de 2010, llegaba su
ejemplar de la novela impresa.
La vio. La olió. Pasó las páginas. La miraba con la misma
ternura que una madre mira a su bebé: ahí estaba su obra recién nacida.
La felicidad la embriagó y le dio fuerzas para lo que se
avecinaba:
Presentaciones de la novela, entrevistas, charlas,
librerías, ferias y más ferias. Por si no te lo había dicho: ¡ferias!
Eran horas, paciencia, sonrisas por doquier. Agotaba pero
siempre merecía la pena aunque sólo fuera por conocer nuevas personas. Habían
días rotundos y absolutos, otros en que pensabas: “ya será mañana otro día”.
Eran momentos de no parar, o estaba en clase, o estudiaba o
iba corriendo a algún acto de promoción. Porque por suerte las había.
Y es que tenía ayuda ¡y mucha!
El apoyo incondicional de mi familia, mis compañeros de
facultad se volcaron y animaron, los profesores mostraron su sorpresa y
alegría.
Lo había hecho en verano sin decir nada, no es que quisiera
ocultarlo; es que todo resultó espontáneo y ella aún no sabía que tenía el
privilegio de haber un especialista de la inquisición en la universidad. La muy
“perspicaz” se enteró una vez escrito y publicado el libro.
Cual fue la sorpresa del profesor más duro, respetado y
temido de la facultad leer la portada de un libro que tenía un pasajero del
tranvía y reconocer nombre y foto de una alumna suya: y lo peor, su trabajo que presentaba a
exposición iba del mismo tema; había aprovechado ya el trabajo de
investigación. Así que la pilló, abordó y ayudó preparando todo para un acto.
Pero no fueron los únicos que la apoyaron, fuera del ámbito
académico conoció periodistas y escritores que de buena gana se pusieron en
contacto con ella. Se convirtieron en mentores y consejeros, la introdujeron en
el mundo de las ferias y los actos. Conoció libreros que dejaron un espacio
para ella y personas que compraban para ayudarla.
La única pena que tenía ella era no conocer cara a cara a
todo aquel que compró el libro y se hizo una idea de Salazar, sin poder saber qué
opinaba sobre él. Pero hubieron situaciones bastantes curiosas que le hacían
reír el alma y guiñarle un ojo a Salazar.
Tras aquel intenso cuarto curso de Historia le sucedió el
quinto. Aquel era el año de la finalización de la carrera, la preparación de la
orla, pensar en el futuro incierto del trabajo dada la omnipresente crisis y
defender el examen de idiomas oficial que ahora se exigía. Así que (con este
también intenso panorama), la estudiante a punto de ser licenciada se limitó a
escuchar a sus amistades y sus situaciones rocambolescas.
“El mes pasado viajé, y durante mi trayecto en tren una
señora leía tu libro”.
“He enviado un ejemplar vía correo para mi amiga que vive al
otro lado del charco, pues le gusta las brujas”.
“Espera, espera, tu eres la escritora, si esto, espera, yo
me acuerdo del título, es que lo compré pero se lo di a mi tía y no me lo
devolvió, ¿si eres no? Te pareces a la de la foto…”.
Incluso acabado la carrera, empezado a trabajar,
desconectada ya de Salazar y los momentos maravillosos de cuando fue estudiante
y escritora… todavía aún, se acercaba algún vecino que trabajaba enfrente suya
que la conocía sin haberse hablado nunca, y era que recordaba que hace unos
años se había comprado el libro, leído y vete a saber dónde estaba.
¿Era casualidades o Salazar de vez en cuando regresaba como
sombra para que no le olvidara?
Casualidades, no podía aún seguirla, en su momento cumplió
con el pacto extraño de una joven del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Ay, subestimaba la tenacidad de aquel extraordinario
inquisidor, claro que no eran casualidades. Y dado que aquella tozuda no se
quería dar por enterada sería menos sutil con sus señales.
Vaya que si…..
Pasaron los días, cortos y estresantes.
Pasaron los meses, con prisas y el reloj gritándole ¡llegas
tarde! ¡LLEGAS TARDE!
Pasaron los primeros años, entre clases y alumnos, clientes
y ordenadores, exámenes y currículums.
Ella andaba entretenida todo el día. Muchos horarios, muchas
horas de entrada y salida todo el día. Corría todo el día.
Así que Salazar esperaba paciente, no le iba a escuchar.
De vez en cuando su madre le recordaba que qué pasaba con la
novela, si decidiría editarla de nuevo, pero ella tozuda, no tenía tiempo.
Estaba centrada en las clases que debía impartir y en presentarse a exámenes de
idiomas para obtener título. Le encantaba enseñar, era su pasión y sus alumnos
llenaban su alma; pero también le fatigaba mucho.
Con tantas prisas, no veía ciertos detalles, ciertos
mensajes sutiles.
Pasaba por la calle y no veía el letrero que decía “…Salazar
y Frías: abogado” ¿Para qué iba a mirar? Ella no necesitaba ningún abogado.
Las insistencias de su madre y algunos amigos…no las oía del
todo.
Encontrar su propio libro en unos estantes mientras buscaba
otro de inglés…no le decía nada.
Pasar mil veces por delante del Obispado, cuyo edificio era
propiedad de la antigua familia noble de los Salazar y Cologan…tampoco le decía
nada.
Si ella pudiese ver la sombra del inquisidor, vería como se
tiraba del cabello e imploraba a Dios con los brazos abiertos.
Pero si algo definía a Salazar, era su tenacidad y
persistencia. E ideó el plan maestro para hacerla parar un momento y
reflexionar.
Lo primero: ¡tenía que encontrar un empleo más sosegado!
A finales de aquel año, mientras impartía una de sus clases,
recibió una llamada la joven.
Debía empezar a trabajar de inmediato en el museo.
Salazar sonrió en la sombra.
Perfecto.
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