Buenos días querido lector:
He aquí la cuarta parte del relato, espero que les guste, ¿falta la quinta y última parte!
Saldría al año siguiente.
Entre papeleos y preparativos había llegado el cuarto curso
sin darse ni siquiera cuenta y allá por un mes de noviembre de 2010, llegaba su
ejemplar de la novela impresa.
La vio. La olió. Pasó las páginas. La miraba con la misma ternura
que una madre mira a su bebé: ahí estaba su obra recién nacida.
La felicidad la embriagó y le dio fuerzas para lo que se
avecinaba:
Presentaciones de la novela, entrevistas, charlas, librerías,
ferias y más ferias. Por si no te lo había dicho: ¡ferias!
Eran horas, paciencia, sonrisas por doquier. Agotaba pero
siempre merecía la pena aunque sólo fuera por conocer nuevas personas. Habían
días rotundos y absolutos, otros en que pensabas: “ya será mañana otro día”.
Eran momentos de no parar, o estaba en clase, o estudiaba o
iba corriendo a algún acto de promoción. Porque por suerte las había.
Y es que tenía ayuda ¡y mucha!
El apoyo incondicional de mi familia, mis compañeros de
facultad se volcaron y animaron, los profesores mostraron su sorpresa y alegría.
Lo había hecho en verano sin decir nada, no es que quisiera
ocultarlo; es que todo resultó espontáneo y ella aún no sabía que tenía el
privilegio de haber un especialista de la inquisición en la universidad. La muy
“perspicaz” se enteró una vez escrito y publicado el libro.
Cual fue la sorpresa del profesor más duro, respetado y
temido de la facultad leer la portada de un libro que tenía un pasajero del
tranvía y reconocer nombre y foto de una alumna suya: y lo peor, su trabajo que presentaba a
exposición iba del mismo tema; había aprovechado ya el trabajo de
investigación. Así que la pilló, abordó y ayudó preparando todo para un acto.
Pero no fueron los únicos que la apoyaron, fuera del ámbito académico
conoció periodistas y escritores que de buena gana se pusieron en contacto con
ella. Se convirtieron en mentores y consejeros, la introdujeron en el mundo de
las ferias y los actos. Conoció libreros que dejaron un espacio para ella y
personas que compraban para ayudarla.
La única pena que tenía ella era no conocer cara a cara a
todo aquel que compró el libro y se hizo una idea de Salazar, sin poder saber qué
opinaba sobre él. Pero hubieron situaciones bastantes curiosas que le hacían
reír el alma y guiñarle un ojo a Salazar.
Tras aquel intenso cuarto curso de Historia le sucedió el
quinto. Aquel era el año de la finalización de la carrera, la preparación de la
orla, pensar en el futuro incierto del trabajo dada la omnipresente crisis y
defender el examen de idiomas oficial que ahora se exigía. Así que (con este
también intenso panorama), la estudiante a punto de ser licenciada se limitó a
escuchar a sus amistades y sus situaciones rocambolescas.
“El mes pasado viajé, y durante mi trayecto en tren una
señora leía tu libro”.
“He enviado un ejemplar vía correo para mi amiga que vive al
otro lado del charco, pues le gusta las brujas”.
“Espera, espera, tu eres la escritora, si esto, espera, yo
me acuerdo del título, es que lo compré pero se lo di a mi tía y no me lo
devolvió, ¿si eres no? Te pareces a la de la foto…”.
Incluso acabado la carrera, empezado a trabajar, desconectada
ya de Salazar y los momentos maravillosos de cuando fue estudiante y escritora…
todavía aún, se acercaba algún vecino que trabajaba enfrente suya que la
conocía sin haberse hablado nunca, y era que recordaba que hace unos años se
había comprado el libro, leído y vete a saber dónde estaba.
¿Era casualidades o Salazar de vez en cuando regresaba como
sombra para que no le olvidara?
Casualidades, no podía aún seguirla, en su momento cumplió
con el pacto extraño de una joven del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Ay, subestimaba la tenacidad de aquel extraordinario
inquisidor, claro que no eran casualidades. Y dado que aquella tozuda no se
quería dar por enterada sería menos sutil con sus señales.
Vaya que si…..
Atentamente,
Elena Rojas
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