Buenos días querido lector:
Empecemos el día con la quinta parte de este relato, como resultó ser más largo de lo que yo pensé en un principio, lo he dividido en dos, con que habrá una parte más.Aquí además, tenemos el tercer vídeo, atentos a las imágenes, vereís los lugares reales.
Pasaron los días, cortos y estresantes.
Pasaron los meses, con prisas y el reloj gritándole ¡llegas
tarde! ¡LLEGAS TARDE!
Pasaron los primeros años, entre clases y alumnos, clientes
y ordenadores, exámenes y currículums.
Ella andaba entretenida todo el día. Muchos horarios, muchas
horas de entrada y salida todo el día. Corría todo el día.
Así que Salazar esperaba paciente, no le iba a escuchar.
De vez en cuando su madre le recordaba que qué pasaba con la
novela, si decidiría editarla de nuevo, pero ella tozuda, no tenía tiempo.
Estaba centrada en las clases que debía impartir y en presentarse a exámenes de
idiomas para obtener título. Le encantaba enseñar, era su pasión y sus alumnos
llenaban su alma; pero también le fatigaba mucho.
Con tantas prisas, no veía ciertos detalles, ciertos
mensajes sutiles.
Pasaba por la calle y no veía el letrero que decía “…Salazar
y Frías: abogado” ¿Para qué iba a mirar? Ella no necesitaba ningún abogado.
Las insistencias de su madre y algunos amigos…no las oía del
todo.
Encontrar su propio libro en unos estantes mientras buscaba
otro de inglés…no le decía nada.
Pasar mil veces por delante del Obispado, cuyo edificio era
propiedad de la antigua familia noble de los Salazar y Cologan…tampoco le decía
nada.
Ser invitada a una biblioteca privada para que cogiese los libros que quisiese antes que desapareciera dicha biblioteca y encontrar los libros de las brujas de Zugarramurdi...no le pareció extraordinaria coincidencia
Ser invitada a una biblioteca privada para que cogiese los libros que quisiese antes que desapareciera dicha biblioteca y encontrar los libros de las brujas de Zugarramurdi...no le pareció extraordinaria coincidencia
Si ella pudiese ver la sombra del inquisidor, vería como se
tiraba del cabello e imploraba a Dios con los brazos abiertos.
Pero si algo definía a Salazar, era su tenacidad y
persistencia. E ideó el plan maestro para hacerla parar un momento y
reflexionar.
Lo primero: ¡tenía que encontrar un empleo más sosegado!
A finales de aquel año, mientras impartía una de sus clases,
recibió una llamada la joven.
Debía empezar a trabajar de inmediato en el museo.
Salazar sonrió en la sombra.
Perfecto.
Atentamente,
Elena Rojas
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