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jueves, 30 de julio de 2015

¿Por qué Salazar? ¿Por qué yo? Desenlace



Buenas tardes querido lector:


Lo prometido es deuda: he aquí la última parte:

Era un mundo nuevo.
Uniforme, profesores a cargo de las exposiciones, compañeros, los visitantes…
Pronto aprendió sobre la historia del edificio emblemático para responder las preguntas de los turistas, a decir buenos días constantemente en varios idiomas y a indicar dónde andaba el baño (pregunta estrella por cierto
Había días que era un hervidero de visitantes y no salía de su sala. Pero había otros en que el reloj del campanario, por mucho que avanzara, no entraba una triste alma perdida ni para guarecerse de la lluvia y frío del exterior.
Y si, solía hacer frío, del húmedo, de ese que por más que se abrigaba ella, acababa calada hasta los huesos y luego se llevaba aquel frío dentro de su cuerpo a su casa.
En aquellos momentos solitarios en que el museo enseñaba su esplendor únicamente a los trabajadores, solía salir al pasillo y admirar el lindo patio: vetusto, imponente, de madera y piedra, donde albergaba un estanque y un jardín botánico de incalculable valor.
A fuerza de la rutina la joven se aprendió todo al sumo detalle sin ni siquiera proponérselo en aquellos ratos solitarios.
Cada hoja y cada flor, las palomas y lindos pajarillos que bebían en el estanque (o se daban contra los cristales por no verlos) los peces que sobrevivían en las verdes aguas del estanque y salvaban del mosquerío…
También se aprendió los casi quinientos objetos que había en su sala, curiosos instrumentos de física y química de un par de siglos y ya sólo se veían en las películas de época o libros de texto. Tal era la tranquilidad en algunas frías y lluviosas mañanas que le daban ganas de hablar con la momia de la sala contigua (lástima que le faltara cabeza y no le pudiese responder).
Menos mal que en las salas de sus compañeros las salas de arte cambiaban cada par de meses, así se podía ver algo novedoso y no hacía disparates como asomarse a ver si el campanario seguía en pie (llevaba cinco siglos, pero quién sabe si habría ocurrido algo en los últimos cinco minutos).
Aunque su puesto estaba en la planta de arriba, Salazar sabía que antes o después repararía que en la planta primera, allí en una esquina (muchas veces tapado por mesas de cáterin) había una placa conmemorativa.
Una tarde andaba ella con su compañero y estaban en uno de esos ratos apacibles. Daban vueltas al patio paseando mientras charlaban y comentaban que los niños estarían en el colegio, sus papás trabajando y los turistas en cualquier lado menos ahí….cuando ella reparó en la placa conmemorativa.
Ella ya sabía que aquel edificio además de haber sido un instituto, previamente fue un convento donde se albergaba una cripta secreta que fue descubierta no hace demasiado. Sin embargo, no se había parado a leer los nombres completos detenidamente.

“Entrada a espacio mortuorio”
“Cripta del siglo XVI”
“Aquí yacieron los cuerpos de D. Cristóbal de Frías y D. Ventura Salazar de Frías descubiertos accidentalmente en 1922”

Todo se paró.
Menos sus pensamientos.
Dejó de oír a su compañero, las campanadas del campanario, las pisadas de nuevos visitantes…
Sólo escuchaba sus propios pensamientos como truenos en tormento.
¿Aquí? ¿Los Salazar De Frías?
¿Sus descendientes aquí enterrados? ¿Desde Burgos?
¿Vine a trabajar justo en este lugar?
¿Su casa nobiliaria es el obispado? Justo al lado…
Hay que buscar el árbol genealógico.
Volvió a recorrer por sus venas aquel desasosiego y ya su mente quedó impregnada de aquellos pensamientos. Cuando retornó a su hogar, ya de noche, rebuscó en las cajas los libros extraídos de la biblioteca privada y comenzó a indagar. Al reafirmar que efectivamente, se trataba de la familia noble de los Condes del Valle Salazar provenientes de Burgos y emparentados con el Duque de Lerma. Los Salazar de Frías llegaron a estas tierras y empezaron a contraer matrimonios con otras familias de linaje establecidas aquí (como los Cologan).
Cuando cerró los libros se convenció al fin que eran demasiadas casualidades ya, y que no podía seguir ignorándolas, seguir ignorando al inquisidor del siglo XVII que, desde la sombra, ansiaba volver.
Salazar de Frías sonrió.

Perfecto.

Atentamente,

Elena Rojas

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