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martes, 28 de julio de 2015



Buenos días querido lector:


He aquí la cuarta parte del relato, espero que les guste, ¿falta la quinta y última parte!


Saldría al año siguiente.
Entre papeleos y preparativos había llegado el cuarto curso sin darse ni siquiera cuenta y allá por un mes de noviembre de 2010, llegaba su ejemplar de la novela impresa.
La vio. La olió. Pasó las páginas. La miraba con la misma ternura que una madre mira a su bebé: ahí estaba su obra recién nacida.
La felicidad la embriagó y le dio fuerzas para lo que se avecinaba:
Presentaciones de la novela, entrevistas, charlas, librerías, ferias y más ferias. Por si no te lo había dicho: ¡ferias!
Eran horas, paciencia, sonrisas por doquier. Agotaba pero siempre merecía la pena aunque sólo fuera por conocer nuevas personas. Habían días rotundos y absolutos, otros en que pensabas: “ya será mañana otro día”.
Eran momentos de no parar, o estaba en clase, o estudiaba o iba corriendo a algún acto de promoción. Porque por suerte las había.
Y es que tenía ayuda ¡y mucha!
El apoyo incondicional de mi familia, mis compañeros de facultad se volcaron y animaron, los profesores mostraron su sorpresa y alegría.
Lo había hecho en verano sin decir nada, no es que quisiera ocultarlo; es que todo resultó espontáneo y ella aún no sabía que tenía el privilegio de haber un especialista de la inquisición en la universidad. La muy “perspicaz” se enteró una vez escrito y publicado el libro.
Cual fue la sorpresa del profesor más duro, respetado y temido de la facultad leer la portada de un libro que tenía un pasajero del tranvía y reconocer nombre y foto de una alumna  suya: y lo peor, su trabajo que presentaba a exposición iba del mismo tema; había aprovechado ya el trabajo de investigación. Así que la pilló, abordó y ayudó preparando todo para un acto.
Pero no fueron los únicos que la apoyaron, fuera del ámbito académico conoció periodistas y escritores que de buena gana se pusieron en contacto con ella. Se convirtieron en mentores y consejeros, la introdujeron en el mundo de las ferias y los actos. Conoció libreros que dejaron un espacio para ella y personas que compraban para ayudarla.
La única pena que tenía ella era no conocer cara a cara a todo aquel que compró el libro y se hizo una idea de Salazar, sin poder saber qué opinaba sobre él. Pero hubieron situaciones bastantes curiosas que le hacían reír el alma y guiñarle un ojo a Salazar.
Tras aquel intenso cuarto curso de Historia le sucedió el quinto. Aquel era el año de la finalización de la carrera, la preparación de la orla, pensar en el futuro incierto del trabajo dada la omnipresente crisis y defender el examen de idiomas oficial que ahora se exigía. Así que (con este también intenso panorama), la estudiante a punto de ser licenciada se limitó a escuchar a sus amistades y sus situaciones rocambolescas.
“El mes pasado viajé, y durante mi trayecto en tren una señora leía tu libro”.
“He enviado un ejemplar vía correo para mi amiga que vive al otro lado del charco, pues le gusta las brujas”.
“Espera, espera, tu eres la escritora, si esto, espera, yo me acuerdo del título, es que lo compré pero se lo di a mi tía y no me lo devolvió, ¿si eres no? Te pareces a la de la foto…”.
Incluso acabado la carrera, empezado a trabajar, desconectada ya de Salazar y los momentos maravillosos de cuando fue estudiante y escritora… todavía aún, se acercaba algún vecino que trabajaba enfrente suya que la conocía sin haberse hablado nunca, y era que recordaba que hace unos años se había comprado el libro, leído y vete a saber dónde estaba.
¿Era casualidades o Salazar de vez en cuando regresaba como sombra para que no le olvidara?
Casualidades, no podía aún seguirla, en su momento cumplió con el pacto extraño de una joven del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Ay, subestimaba la tenacidad de aquel extraordinario inquisidor, claro que no eran casualidades. Y dado que aquella tozuda no se quería dar por enterada sería menos sutil con sus señales.

Vaya que si…..
Atentamente,

Elena Rojas

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