-¡Suéltame!-
chilló ella.
-¡Suéltala!-
gritamos David y yo.
-¿No
es sospechoso? “La sombra” no ha aparecido, ¡seguro que en cuanto se esfume
aparece!-.
-¡Lo
confieso, he matado! A mi tío porque abusó de mí ¡Pero no he hecho nada más!-
juró quitándoselo de encima.
-¡¿La
han oído?! ¡Es ella!- se desquició Julián.
-¡Cierra
el pico, drogadicto traficante!- le espeté yo, él paró, atónito.
-¡Es
ella! ¡Es la que chantajea! ¡Lo sabe!- me acusó ahora a mí, levantando la
pistola y apuntándome.
-¡Se
lo dije yo! ¡Baja eso, histérico!- le ordenó David, poniéndose delante de mí.
-¡Tú!
¿Y cómo osaste desafiarlo? ¿Fuiste tú? ¿Por eso lo sabes?- continuó Julián, sin
bajar el arma y temblándole el brazo, los ojos parecían salirse de sus órbitas.
-Baja
eso, así no resolveremos nada, debemos vigilar las cámaras- propuso Enrique,
intentando bajarle el brazo, Julián no se dejó.
-Haced
lo que quieran, me voy- repitió Maca.
-Y
yo- se apuntó Enrique, siguiéndola.
-¡DE
AQUÍ NO SE VA NADIE!- ordenó Santiago, hasta ahora callado y cerrando la
puerta, - si es algún presente el que me ha estado tocando los huevos estos
años… no se librará- sentenció, apuntándonos a todos, nos quedamos observando
su cara contraída y sus músculos tensos.
Y
él se quedó observando algo en la cámara… o alguien.
-¡Maldito
hijo de…!- no le oímos terminar porque salió disparado por el pasillo. Todos nos viramos a las
cámaras.
-¿Qué
ha visto? ¿Alguien ve algo?- interrogó Enrique, escudriñando las pantallas.
-¡Aquí!
En el laboratorio primero- descubrió David.
No
se le veía la cara.
Ni
falta nos hizo, salimos todos corriendo.
Alcanzamos
las escaleras.
Se
apagó la luz.
Maca
gritó al caerse.
Santiago
también vociferaba a lo lejos.
Alguien
me calló encima.
¡Un
disparo!
Todos
caímos y rodamos por los escalones.
¡Más
gritos!
¡Otro
disparo!
¡El
tercero sonó mucho más cerca!
Algo
tibio cayó en mi cara.
-¿Todos
bien?- interrogó David, incorporándose, había quedado encima de todos, encendió
la luz de su linterna.
-¡No
tengo mi arma! Creo que se me disparó cuando Julián tropezó conmigo- se asustó
Enrique, levantándose para dejarme libre.
-¡Y
una porra, capullo! Has aprovechado la ocasión- acusó Julián, rodando para
quedarse boca arriba, la sangre salía de su costado. Tenía mi cara manchada con
su sangre.
Me
levanté sin aire, aplastada por los tres hombres. Maca se había quedado zumbada
del golpe que se había dado con el escalón y de haber estado debajo de todos.
David
sacó su móvil.
-No
tengo cobertura-.
-Debería
haberla, yo tampoco tengo- se percató Enrique.
-Intentadlo
con el teléfono de las oficinas- ordené quitándome la chaqueta y apretando la
herida del costado de Julián.
Si
te soy sincera, no pensé en salvarle la vida de ese hombre, pues era un
peligro, aún moribundo no dejaba de apuntarnos, sino que tenía que ir a la
cárcel por corrupto.
-No
hay línea- informó Enrique.
-“La
sombra” ha llegado- anunció David.
Yacían
dos muertos.
Uno,
derribado en su mesa de trabajo, Santiago, con un disparo en el pecho.
El
otro en el baño, cuando había intentado esconderse, Álvaro, el antiguo
ayudante.
Álvaro,
el ladrón.
-Deberíamos
habérnoslo imaginado, ¿quién si no sabía qué pasaba aquí y quería seguir
triunfando?- lamentó Maca, un poco repuesta pero aterrorizada.
Al
igual que todos.
Enrique
se había quedado con Julián, intentando que aguantara mientras uno de nosotros
saldría a pedir ayuda.
Fuimos
David, Maca y yo.
No
queríamos vernos solos ante “La sombra” que ya había cumplido por dos veces sus
amenazas.
Sin
embargo, en nuestro interior no nos dejaba el alma tranquila la idea de que “La
sombra” estuviese todo el rato a nuestro lado…
Nos
acechábamos y rogábamos que no hubiese sido un error dejar a Enrique con
Julián.
En
aquellas circunstancias poco valía lo que hubiésemos averiguado anteriormente.
Salvo
lo último que averigüé.
Nos
acercamos a una puerta que daba a las escaleras de incendio.
-Cerrada,
no me extrañaría encontrarlo todo cerrado- apuntó David.
Disparé
contra el cristal de la puerta, se hizo añicos.
-Por
la pequeña ventana cabes, Maca, ve a pedir ayuda-, ella no se lo pensó y pasó.
-Venid
también- rogó, -regresaremos con refuerzos y a por Julián y Enrique-.
-Entonces
“La sombra” escapará y se saldrá con la suya- negó David, -Elisa, ve con ella-.
-No,
me quedo- rechacé.
-¡Ve
con ella!-.
-¡Que
no! Ya se ha cargado a dos él solo- le recordé, me miró a los ojos y supo que
no iba a abandonar.
Puede
que si la misma situación se me presentase ahora, me lo hubiese pensado, pero
en mi sangre joven corría más fácilmente la impotencia y no podía marcharme sin
saber quién era.
Regresamos
los dos.
Pisadas…
de sangre.
Ambos
levantamos las armas y empezamos a seguirlas despacio, sin avanzar hasta que
con la linterna nos hubiésemos asegurado que en algún rincón se escondía.
Las
pisadas nos llevaron hasta Enrique y Julián.
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