Buenos días querido lector:
EL RELOJ PERFECTO
Finalmente Diego
lo puso en venta.
Ojalá no lo
hubiese tenido que ponerlo.
Desalentado,
siguió con el otro reloj que estaba arreglando.
Cristina entró en la relojería, por más que entraba
ahí diariamente no se cansaba de contemplarla:
Se respiraba a
antigüedad y artesanía a pesar de que en los principales escaparates lucían
modelos nuevos y modernos, pero el mostrador seguía siendo el que compró el
padre de Diego cuando era joven, en lo
alto de las paredes aún se veían cucos que nunca se llegaron a vender; algunos
sencillos y otros obras de arte hechos a mano por algún relojero con mucha
paciencia y minuciosidad. No obstante los muñequitos de todos parecían
observarla aunque no estuviesen a la vista. Curiosos y extravagantes péndulos se
alienaban en el fondo, todos al mismo ritmo y exigentes con la hora. Por la
puerta de una esquina se distinguía un pedazo de la mesa del trabajo, cubierto
con diminutas rueditas, correas, cajitas, pequeñas herramientas… que delataban
horas de trabajo nocturnas de manos hábiles y experimentadas…
Cristina suspiró
pensando que ya poco trabajo tendrían los relojeros en cuanto a arreglar
relojes, hoy en día se compraban y tiraban, punto. Y ya no hacía falta conocer
el oficio para abrir una tienda, sólo poner las pilitas y labia para vender
sobretodo.
Algo que le
vendría bien a Diego opinó para sus adentros antes de que él saliera a
atenderla.
-Hola, Cristina-
saludó, pero sin mucho entusiasmo.
-He traído café-
comentó ella, tendiéndole uno de los vasos de plástico que había comprado en
una cafetería.
-Si hoy me
tocaba a mí- replicó él, sacudiendo la bolsita de azúcar.
-Ya… pero como
ya son las once pensé que a este paso sería el almuerzo en vez del desayuno-
apuntó ella, destapando el suyo.
-Ayyyy… perdona,
estaba distraído y no me di cuenta- se disculpó avergonzado de que le hubiese
pasado otra vez.
-Tranquilo, como
no tienes reloj te comprendo- ironizó Cristina, Diego se sonrojó.
-Déjame que lo
que queda de semana sea yo el que invite- ofertó bajando la cabeza.
-¿Y esa cara?-
le interrogó, percatándose de su tristeza.
-No es nada, lo
de siempre… calabazas en el amor- mencionó por encima, sin levantar cabeza,
como acostumbraba hacer para no contar detalladamente.
-Esta vez ha
tenido que ser fuerte, lo has puesto en venta- se fijó al ver el reloj en el
escaparate y con su etiqueta para el precio.
-Si… bueno, ya
iba siendo hora- opinó tomándose el café de un trago, tiró el vaso en una
papelera y cogió un paño y limpia cristales. –No te entretengo, puede entrar un
cliente en tu papelería y…-.
-¿Pero es que
nunca me contarás la historia de ese reloj?- resopló ella, -sabes de sobra que
ahora mi hermana está en mi tienda cubriéndome- añadió.
Diego suspiró,
quizá por una vez debería contar algo que no se resumiera en una frase.
-Todo empezó
cuando tenía seis años… todo empezó con la llegada de ese reloj al poco de mi
padre abrir la tienda- comenzó, evocando los recuerdos de cuando no era más que
un crío.
-¿Y cómo llegó
el reloj?- se interesó Cristina, animándole a seguir.
- Estaba yo
jugando en la trastienda cuando me llamó la atención los alterados que de
repente se pusieron mis padres, fui a ver y me encontré a una niñita de mi edad
en lágrimas y suplicando que se lo comprasen. Al principio mis padres se negaban, el valor de
aquella pieza no la reunían ellos con todo el dinero de la caja, mercancía y
ahorros… tenía muchísimo valor y mis padres acababan de abrir el negocio y aún
no tenían mucho.
Aún veo
perfectamente su carita desesperada y afirmando que no hacía falta que le
diesen el valor real del reloj, yo veía que con muy poco se conformaría.
Después de pensarlo mis padres decidieron darle lo que tenían en caja por
aquella pieza y luego venderlo por su valor real, así sería una buena
inversión. Yo no entendía como una niña con ropa que necesitaba remiendos tenía
un “tesorito” como les pregunté a mis padres en su momento, podría haber sido
robado.
Sin embargo mis
padres sabían perfectamente que aquella chiquilla era hija de lo que en su día
fue una gran comerciante, y a aquel
comerciante le había regalado su mujer un gran reloj por su cumpleaños. Ése
sería su último regalo antes de fallecer la mujer. A partir de ahí el
comerciante fue de mal en peor y acabó en la ruina y vendiéndolo todo, los
vecinos comentaban que el amor que sentía por su esposa lo había cegado en los
negocios…
Yo no lo sé… lo
que sé perfectamente es como día tras día se pasaba la niña a ver el reloj,
cuando lo distinguía en el escaparate, se ponía radiante de felicidad al
comprobar que todavía ningún cliente se lo había llevado. Yo solía preguntarle
que a qué debía esa felicidad y ella me respondía porque su madre aún no la
había abandonado…
Me contaba a
menudo en susurros (pues visitaba la tienda a escondidas, antes de ir al
colegio) que se lo quitó al padre mientras dormía, que no le quedaba otra cosa
por vender y que tenía hambre… su padre le alegaba a menudo que había
traicionado a su madre entregándola por unos duros… así que la niña habitualmente
murmuraba al reloj cuando no había nadie y le rogaba a su madre perdón pero que
tenía que llevar comida a papá.
Frecuentemente
oía a mis padres comentar con los vecinos que el viejo comerciante era ya sólo
un huraño loco y que lo chiquilla ayudaba en la panadería después del colegio a
cambio de pan para cenar, debido a que su padre no trabaja en sus últimos años
y sólo vociferaba que dónde estaba el reloj, que se había obsesionado con él y
pensaba que si lo recuperaba volvería su mujer… suerte que no salía de su casa.
Yo la miraba
todas las mañanas desde la trastienda, soñoliento, con el pijama y mi madre
diciéndome que llegaría tarde a clase. Sentía lástima por el infortunio de ella
y la devoción que tenía por el reloj.
Un día me
acerqué y le pregunté si ella pensaba al igual que el padre, me dijo que no,
pero a veces me juraba que por un momento la veía. Supongo que era su deseo y
su modo de superarlo… también me prometía a menudo de que si nadie se lo
llevaba, cuando fuera grande lo compraría y se lo devolvería a su papá…a mí se
me ponía el corazón en un puño.
Mis padres maldecían el reloj porque nadie
podía permitirse comprar semejante pieza, aunque ya lo habían rebajado en
varias ocasiones, peores tiempos habían antes… una tarde entró un extranjero
con traje, sombrero y bastón que a mí me pareció un gigante, se había
interesado en el reloj, mis padres por poco no dieron saltas de alegría aunque
yo me entristecí porque si el reloj desaparecía sabría que ella lloraría y la
perdería, era mi única amiga… así que mientras ellos hacían el negocio yo
escondí el reloj… imagínate, mis padres no sospecharon de mí y creyeron que en
lo que ellos hablaban con el extranjero se lo habían robado, incluso acusaron
al extranjero de cómplice…
Si volviese
atrás no lo habría hecho.
A partir de
entonces lo tuve yo y se lo enseñaba a ella a escondidas, quise dárselo pero lo
rechazó y juró que lo compraría por el precio que habían puesto mis padres…
fuimos creciendo y nos convertimos en adolescentes y novios.
Entonces a su
padre le llegó la hora y con su muerte ella se tendría que marchar, nos
queríamos mucho y juramos amor eterno, yo quedé en quedarme en esta tienda y
esperarla, ella en regresar un día, comprar el reloj y casarnos…
No te voy a
decir que esperé diez años… o quizá si, mis padres murieron y la tienda pasó a ser mía, con que
saqué el reloj pero sin ponerlo en venta. Me he dicho mil veces que aquello fue
una chiquillada y que no volvería para así sentirme bien cuando salía con
alguna chica, no obstante…
Ninguna, no creo
que hayan sido ellas… sino yo, no puedo evitar compararlas y tengo la sensación
de que ninguna es tan buena como mi primer amor y que no siento lo que experimenté la primera vez y que me
llenó tanto… tanto he buscado rellenar el vacío tan grande que cada vez se ha hecho
mayor el agujero dentro de mí.
Ya me empezaba a
convencer que estaba condenado a estar solo para el resto de mi vida cuando
llegó de improviso…Miriam.
Miriam, lo
pronuncié con tanto júbilo la primera vez que la volví a ver y con tanto
desaliento para dejarla… ya me duele decir su nombre, como si fuera una daga
que se me clava cada vez lo digo.
Parecía el
cuento de hadas, volvió y enseguida hablamos de boda, estar juntos para
siempre… compró el reloj….
Pero lo devolvió
cuando reconoció que en sí ya no lo necesitaba, que había superado lo de su
madre desde hace mucho tiempo y que en realidad lo hizo porque lo prometió… yo
no era al que recordaba ni yo vi en ella de la que me había enamorado. Al
principio no lo quisimos reconocer y lo intentamos contra viento y marea… pero
al final afrontamos la realidad de que aquellos adolescentes estaban muertos y
los adultos no nos llamaban.
Ella si había
esperado con anhelo y sin olvidarme un solo día… hasta el punto que me
idealizó, eso me reveló y yo me sentí fatal por intentar salir con otras y
lloriquear aludiendo gran amor.
Supongo que va
siendo hora de madurar y de olvidar cuentos de hadas- terminó, jugueteando con
el trapo limpio de no haber limpiado nada, ni su corazón.
-Creía que sólo
tenía la manía de no encontrar ningún reloj perfecto para mí, por eso no he
llevado ninguno, pero creo que también he buscado la chica perfecta y al final
no hay ninguna… será que soy demasiado exigente o qué se yo- añadió antes de
desaparecer por la trastienda.
Aquel era el
momento o nunca.
-Yo al revés,
siempre me han parecido todos los chicos que me han gustado perfectos pero que
yo no lo merezco, así que siempre me he
callado o he huido de un posible amor, limitándome a contemplarlo-.
Diego se volvió,
Cristina no acostumbraba a hablar de sí.
-Ya sé que para
ti sólo soy la chica de los cafés y una amiga y nada más y que llevo años
delante de ti pero nunca me has visto… a mí tu me gustas, no espera… debe ser
que te quiero porque hasta ahora me he conformado con eso, sin embargo quiero
más, no me es suficiente, no soy perfecta ni nunca he procurado llamar tu
atención pero si yo…-.
-¿Si tú?- quiso
saber, mirándome por primera vez fijamente.
-¿Si yo te
comprara un reloj te lo pondrías?- pregunté.
Afirmó con la
cabeza.
Cristina miró su
cartera, no había mucho dinero, la papelería no daba para lujos, así que se
paseó delante de los escaparates y escogió uno modesto y discreto, nada que ver
con el reloj que en su día trajo Miriam.
Cristina le dio
el dinero, él sacó el reloj y se lo puso directamente en la muñeca.
Lo observó detenidamente
como a los demás antes de verles algo que no le gustase para él. Había mirado
con desdén este antes.
Ahora no
consiguió verle nada malo.
El reloj
perfecto.
No habían sido
los relojes ni las chicas.
Sino él.
No se hallaba a
sí mismo.
Ella lo había
encontrado en un momento y él llevaba años de búsqueda infructuosa.
-Soy yo el que
no te merezco- concluyó antes de darle un beso.
En ese momento
entró un cliente preguntando si el magnífico reloj del escaparate estaba en
venta.
Diego afirmó
entregando con él su vida pasada y quedándose el nuevo con una nueva vida.
Atentamente,
Elena Rojas
Atentamente,
Elena Rojas
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